Pecados capitales

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Este post lo escribí hace unas semanas, cuando me enteré que mis alumnos se iban a ir de viaje de fin de curso a Roma y yo me quedaba en tierra. En ese momento me acordé de un chiste que había recibido no hace mucho tiempo. Lo transcribo tal cual lo recibí. No pongo ni quito.

Un gallego, trabajando duro, transpirado, sudando para poder comer, ve a un andaluz tirado en una hamaca, descansando de hacer nada. El gallego no aguanta y le dice:

- ¡Oye! ¿No sabes que la pereza es uno de los Siete Pecados Capitales?

-Y el andaluz, sin moverse, le contesta:

- La envidia también, mamón...

Ese mismo sentimiento de envidia recorrió mis venas, cuando me enteré que mis pupilos disfrutarían una semana de la Ciudad Eterna, mientras yo me quedaba en tierra. Sabía que el itinerario incluía la presencia, hoy miércoles, en la Audiencia General del Santo Padre. Por lo que puse todos los medios para ver por TV dicha Audiencia. Y mi intención no era precisamente, para encomendar a los chavales, si no para hurgar, si cabe más, en la dolorosa herida. Tras hacer las pertinentes gestiones técnicas, logré sintonizar con el Vaticano. Y pasados unos minutos... ¡ Ahí los estaban ! Tan monos ellos, sacando fotos, saltando, gritando... y yo picándome los ojos.

Pero Dios sabe más. Mientras la envidia me corroía, alcance a escuchar como Benedicto XVI pronunciaba el nombre de S. Alberto Magno diciendo:

Queridos hermanos y hermanas,

uno de los más grandes maestros de la teología medieval es san Alberto Magno. El título de “grande” (magnus), con el que ha pasado a la historia, indica la vastedad y la profundidad de su doctrina, que él asoció a la santidad de la vida. Pero ya sus contemporáneos no dudaban en atribuirle títulos excelentes; un discípulo suyo, Ulrico de Estrasburgo, lo definió "asombro y milagro de nuestra época".

Es decir, hoy miércoles 24 de marzo, el Santo Padre dedicaba su Audiencia General para hablar a los fieles congregados sobre la grandeza de S. Alberto Magno. Estoy seguro que mientras el Papa hablaba sobre mi santo patrón, mis alumnos rezaban por mi, al escuchar el nombre de su indigno profesor. Ellos rezando y yo renegando.

Seguro que las palabras con que el Papa concluyó su alocución sobre S. Alberto Magno, han quedado grabadas a fuego, en el alma de tan ilustres peregrinos:

Queridos hermanos y hermanas, oremos al Señor para que no falten nunca en la santa Iglesia teólogos doctos, píos y sabios como san Alberto Magno y que nos ayude a cada uno de nosotros a hacer propia la "fórmula de la santidad" que él siguió en su vida: “Querer todo lo que yo quiero para gloria de Dios, como Dios quiere para su gloria todo lo que él quiere”, es decir, conformarse siempre a la voluntad de Dios para querer y hacer sólo y siempre para su gloria.

P.D. ¡ Viva S. Alberto !